Selfie del pantócrator alegre

Carlos Rehermann

En 1997 el francés Philippe Kahn conectó una cámara digital y un teléfono celular para trasmitir a su familia imágenes del nacimiento de su hija. La idea de Kahn estuvo desde su inicio guiada por la posibilidad de trasmisión de la imagen, ya que la instantaneidad de la fotografía había sido resuelta exactamente medio siglo antes por Edwin Land y su empresa Polaroid.

Quiénes pueden sonreír

En la actualidad, un porcentaje enorme de la población mundial produce millones de fotografías diariamente, sin la formación severa de los viejos artistas visuales. El modo de tomar fotografías, y el modo de posar ante las fotografías se apoyaba, en sus orígenes en el siglo XIX, en viejas tradiciones compositivas relacionadas con el género “retrato”, desarrolladas esencialmente durante el Renacimiento. La torsión del cuerpo, la mirada al objetivo y unas pocas pautas básicas de iluminación y angulación de la cámara son las mismas que usaban Rafael o Tiziano y todos sus herederos. Pero una cosa apareció con la fotografía hogareña y se reafirma con la universalización de las cámaras de los últimos diez o quince años: la sonrisa.

No hay retratos de nadie, en toda la historia de la pintura y la escultura occidentales, que ría o sonría y al mismo tiempo tenga nombre, con escasísimas excepciones.

Una de ellas es la pintura más famosa del mundo, el retrato de  Lisa Gherardini, conocido como “La Gioconda”. Su semisonrisa ha sido responsable de su notable fama. Otra excepción es buena parte de la obra, compuesta, entre otras pinturas, por más de 700 retratos, de la francesa Marie Louise Élisabeth Vigée-Lebrun. En sus numerosos autorretratos, pero también en los retratos de sus amigas (casi todas ellas princesas, reinas y duquesas) hay unas sonrisas contenidas, muy del gusto erótico de la loca época en la que esas cabezas se preparaban para desafilar guillotinas. Es casi imposible imaginar que el modelo no sea La Gioconda: la contención de la sonrisa habla de una risa interior que confirma la mirada desafiante al espectador. No es casual que esas excepciones a la seriedad del retrato se manifiesten a través de mujeres, entonces representantes de la intimidad, la contención, y la subordinación.

La sonrisa y la risa estaban prohibidas en el mundo del retrato siempre que el modelo tuviera nombre, es decir, fuera un señor o una señora.  En cambio un mendigo, un loco, una prostituta, un juglar, un actor, en fin, alguien sin nombre, dueño de nada, subordinado, esos sí podían ser mostrados con risas o sonrisas. Frans Hals y Murillo tenían una especial predilección por las sonrisas y las risas, que abundan en sus obras. Pero todas ellas retratan a personajes populares. En uno de sus notables autorretratos de juventud, Rembrandt se muestra a sí mismo con una risa de celebración. Evidentemente está borracho, y la imagen tenía, en su tiempo, el carácter de provocación que siglos después tendrían los autorretratos pornográficos de Grosz. Y como observa John Berger, se trata del autorretrato menos convincente de Rembrandt, en el que se quiere mostrar feliz a toda costa.

Rembrandt, Autorretrato con Saskia. Una felicidad que necesita litros de cerveza, y no convence.(Óleo sobre tela, 1635)

El fotógrafo Yusuf Karsh cuenta que la celebérrima foto que hizo de Winston Churchill, que lo muestra ceñudo y desafiante, capaz de acabar con Hitler y el ejército alemán entero, tiene en realidad una historia de modesto atrevimiento. En una reunión de alto nivel que se celebró en Canadá durante la guerra, Churchill concedió diez minutos para que el fotógrafo hiciera su retrato. Karsh no era aún la celebridad que justamente esa sesión de fotos ayudaría a construir. Tenso, improvisó un set en una salita anexa al lugar de reuniones, y esperó que viniera Churchill. Cuando apareció  llevaba su puro humeante en la boca. Karsh, nervioso, pensando que no tenía tiempo, no le habló, sino que se acercó y sin hablar le quitó el cigarro de la boca, porque le molestaba para la foto. El resultado fue una expresión dura del primer ministro, que representaba perfectamente  la actitud requerida ante el enemigo. Pero simplemente estaba molesto por el atrevimiento de Karsh. En la misma sesión, más tarde, tomó otras fotos, cada una estropeada por una sonrisa.

Yusuf Karsh tomó varias fotos de Churchill durante una pausa en una reunión de alto nivel en Canadá, durante la guerra. No se eligió para difundir ninguna de las que lo muestran sonriente. (Fotografía, copia de negativo de gran formato sobre papel fotográfico en emulsión de gelatina con sales de plata, 1941).

Los grandes artistas podían ser bastante francos en sus retratos. Se les toleraba la verdad. Uno no se explica cómo, si no, ante el retrato de Inocencio X pintado por Velázquez el Papa no ordenó que condenaran al artista a la rueda, el potro y la hoguera: tan horrible es la trasparencia de su espeluznante maldad. Ningún problema en mostrar ese horror; pero ni siquiera Velázquez, que plasmó la imbecilidad borbona sin ambages, se atrevió en sus cuadros a la sonrisa.

Sonrisa y felicidad

Capturar el momento se convirtió en el acto más representativo de la cultura Kodak instamatic. La fotografía instantánea permitió la captura del momento. El uso de películas más sensibles permitía velocidades de obturación menores, y por lo tanto independencia del trípode. El momento a capturar podía tener diferentes tonos emocionales: se podía capturar el momento trágico en que una muchacha cae de un balcón que se rompe, junto con su hermanito de cuatro años, durante un incendio, o bien capturar el momento de alegría de unos novios una tarde de distensión en un parque en primavera.

En el primer caso uno se coloca en la categoría “noticias”, y el tono de lo que ocurre es evidente: la muchacha y el niño van a morir, a pesar de la expresión impasible de sus rostros, tan súbitamente reclamados por el instante que no han tenido tiempo de reaccionar. Estos momentos están generalmente reservados a los profesionales de la fotografía.

En el segundo caso se trata de un retrato, y si bien se captura el momento (porque se sabe la fecha, la hora y el lugar de la toma) no hay allí nada efímero: el retrato es una señal del ser que se registra en el retratado, y por lo tanto su expresión trasciende el momento. Lo que importa trasmitir es la felicidad de estar ahí, de estar juntos, de existir, lo bien que se está en el mundo, lo dueño de su vida que uno es. Al revés que en los retratos de la pintura al óleo, la expresión seria es inadecuada.

Dos asuntos contribuyeron a que la sonrisa avanzara en la conquista del género retrato, ambas originarias en los Estados Unidos: la masificación de las pequeñas cámaras de Eastman y la cultura de pasta de dientesimplantada por Dale Carnegie en el mundo de las ventas.

La publicidad difundió la imagen sonriente como ideograma de la felicidad. Si alguien bebe agua negra con azúcar no puede estar triste; por lo tanto sonríe. Si se cepilla los dientes podrá mostrarlos. En la cultura del éxito estadounidense, no sonreír es una señal pésima, que inquiera tanto a algunas personas que no pueden evitar decirlo cuando su interlocutor permanece con expresión neutra: “Una sonrisa no le costaría nada, señor”, puede reclamar un dependiente detrás del mostrador, atemorizado por la seriedad del cliente; la ausencia de sonrisas puede ser un elemento de peso en un juicio para crear una imagen negativa del reo, o generar demoras en al tránsito por los mostradores de migración al ingreso al país.

Pero sobre todo la aceptación de la sonrisa como expresión usual en la fotografía hogareña fue la conciencia de que los retratos ya no eran cosa de una vez en la vida, sino partes de una larga sucesión de momentos capturados. Momentos felices, ya que ¿quién quiere recordar malos momentos?

La universalización definitiva de la fotografía optó por el retrato como género preferido, y como modelo predilecto el propio fotógrafo. La liviandad de los teléfonos y cámaras digitales para aficionados (estas últimas en franco retroceso y muy pronta desaparición) y especialmente la posibilidad de ver en una pantalla la composición de la foto que se está a punto de tomar a uno mismo, unidos a dispositivos como el brazo extensible para selfies, ha hecho desaparecer la figura que Barthes llamó operator, el fotógrafo, que nunca aparece en la foto. Que el inglés haya aportado una nueva palabra para el autorretrato fotográfico señala que se trataba de una preocupación de los fotógrafos aficionados: en el grupo había uno que siempre quedaba afuera. Había que tomar dos fotos, pero ninguna era completa, o bien había que solicitar la participación de una operator externo, casual o profesional.

Cómo mostrarse debidamente

Cuando una familia adquiría una cámara portátil para registrar su felicidad, casi siempre alguno de sus miembros tenía cierto interés y se preocupaba (posiblemente sin mucho éxito) por aprender algunos rudimentos para obtener fotografías que al menos fueran visibles.  Aprendían sobre todo de los técnicos de los laboratorios donde llevaban sus rollos a revelar. Ahora, algunas revistas destinadas a público femenino dan interesantes recomendaciones para hacer autorretratos, si uno las juzga por el significado de roles y de funciones sociales que trasparentan.

 “Tomar selfies es una forma divertida de mostrar al mundo tu personalidad, te permite controlar tu ángulo y repetirla las veces que quieras sin que alguien te vea con cara de “really”. Sin embargo, a veces esa foto que imaginabas perfecta, resulta ser un desastre, es por eso que te damos estos 6 sencillos tips  para lograr un selfie perfecta… 1,2,3 ¡Whisky!”.

La revista Elle da, luego de esta introducción, una serie de consejos que se resumen en la frase final de la nota, una importante declaración sobre la filosofía del idiota contemporáneo: “Recuerda que al final, lo que cuenta es divertirse mientras haces lo que te gusta.”

Recomendaciones para una selfie apropiada. (Captura de pantalla, 2018).

Recomendaciones para una selfie apropiada. (Captura de pantalla, 2018).

Las poses y las expresiones no surgen de artículos de revistas, y resulta un desafío para los estudiosos desentrañar el por qué de la V de la victoria en una gran cantidad de fotos de adolescentes, especialmente entre las japonesas. Probablemente muchas de las retratadas desconozcan el significado de lo que están haciendo, pero resulta muy interesante que se trate de un signo convencional, que al menos desde tiempos bizantinos, con los gestos normalizados del Cristo Pantócrator, no se usaba.

Cristo pantócrator (Baldaquín de Ribes. Temple sobre madera, 1119-1134).

La sonrisa es el rasgo  capital del retrato amateur. Sobre ella, otra publicación explica: “Sonríe sinceramente. Para hacer una sonrisa que parezca real, no debes esforzarte. Si te sientes feliz, sólo piensa en lo feliz que eres y sonríe. Si en realidad no te sientes feliz, pero quieres un selfie donde luzcas alegre, relájate y piensa en algo que te agrade. Respira profundamente y deja que salgan los buenos sentimientos. Piensa en alguien que te haga feliz e imagínate que le sonríes.”

Estar feliz, ser feliz y aparentar felicidad son necesariamente lo mismo en el mundo de la representación, y por eso las recomendaciones no son tontas, aunque sean esencialmente horribles: no hay que hacer caso de dolores pasajeros, sino tratar de dejar registradas imágenes buenas y alegres, porque ellas nos ayudarán, en el futuro, a aprobar nuestra vida, nuestras decisiones, los caminos elegidos, de manera de evitar los papelones de la depresión y el suicidio.

Torturadora del ejército estadounidense y su víctima en la cárcel de Abu Graib, Irak. (Fotografía digital, 2003).

Pero en realidad la sonrisa de la selfie pertenece a un código del pasado. Nació con la fotografía amateur de Kodak, con la instantánea de Polaroid, y respondía a la misma economía de consumo: había suficiente abundancia como para “capturar el momento”, pero no se podía tomar demasiadas fotografías, de modo que los momentos se reducían a los buenos momentos. Ahora los momentos se multiplican infinitamente, aunque de todas maneras están prohibidos los malos momentos, pero ahora no se trata sólo de sonrisas, sino también de “pucheros”, de “ugly faces”, y de fotos durante la recuperación de una fractura o durante la administración de quimioterapia, algo peligrosamente cercano a un mal momento.

Las fotos  de los torturadores estadounidenses de Abu Graib marcan un giro en la instantánea de buenos momentos. Los asesinos y torturadores han fotografiado sus crímenes, en particular los nazis, pero son escasas las muestras de alegaría ´por parte de los perpetradores. En otros casos, como durante la dictadura uruguaya, algunas fotos de torturas se tomaron en secreto, con fines de denuncia. Las fotos de los torturadores de Abu Graib son notables porque siguen la pauta del buen momento, al tiempo que muestran un mal momento.

Los fotógrafos y los modelos sonrientes simplemente no reconocen que haya, allí, una mostración de nada malo. Muchas personas, ante estas fotos de baja calidad que diseccionan la mentalidad demoníaca del idiota medio, tomaron conciencia por primera vez que el momento feliz es siempre una ficción dependiente del punto de vista. De forma brutal son fotos que educan a los no profesionales sobre la fotografía.

Las fotos de recuperación de enfermedades o accidentes graves son ya un género. Representan un intento de subir el valor de la fotografía, de imponerle alguna clase de contenido valioso, pero siguen la estrategia del buen momento, en tanto representan un final feliz. De alguna manera empiezan a pedirle a la fotografía que refleje un proceso y no un momento. Una persona agotada por un tratamiento, internada en un hospital, manipulada por los médicos difícilmente esté pasando un buen momento; sin embargo, se entiende que sí es un buen momento ya que representa la superación de un mal momento.

La vieja seriedad representaba roles familiares y profesionales; la cultura kodak mostró una sociedad familiar, adicta al bizcochuelo, que quería convencerse de su felicidad: mostraba estados. Estamos en proceso hacia una disolución general de lo que puede mostrar la fotografía, aplastada por su propio peso intrascendente. Como siempre, la salvación, si viene, vendrá por el arte, del ojo y la mano de los grandes fotógrafos que, más allá del artilugio casero, van a seguir produciendo.

Publicado originalmente en revista La pupila N° 46 (Julio de 2018)

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